viernes, 21 de junio de 2013

El pensamiento social ilustrado y su inspiración a la educación Latinoamericana

En el siglo XVII, los franceses y los ingleses comenzaron a cuestionarse las  estructuras monárquicas y eclesiásticas de poder que avalaban la tiranía y el control social.  Varios fueron los pensadores que hicieron planteamientos que cuestionaban las ideologías eclesiásticas y centraban al ser humano en su propia capacidad racional (Barrueta, A. 2012):
·         A mediados de este siglo René Descartes hizo aportes muy importantes a disciplinas como las matemáticas, física y geometría, haciendo un énfasis incuestionable a la razón  como esencia de la existencia humana con el método cartesiano; fue por esto que se le consideró el padre de la filosofía moderna.  
·         Baruch Spinoza, D’alembert, Diderot y Gottfried Leibniz publicaron obras diversas que evidenciaban la manipulación de la iglesia y los monarcas al replantear las explicaciones del mundo con fundamentos racionales.
·         John Locke le dio importancia al conocimiento del mundo a través de los sentidos y no por medio de la intuición o la deducción.
·         Pierre Bayle se opuso a las supersticiones del clero. 
·         Por su parte, Montesquieu y Thomas Hoobes se refirieron a nuevas formas de organización del Estado, apropiadas para promover el orden en las interacciones sociales.
·         Jean Antoine Condorcet volvió su mirada a la satisfacción de las necesidades y el respeto de los derechos de los grupos desposeídos, especialmente las mujeres.
·         Rousseau en el Emilio, planteó una nueva visión para la educación; por primera vez se habló del niño como un ser con características particulares que debían ser potenciadas para su vida adulta; su obra dio un vuelco a la noción de métodos de enseñanza. Las ideas de Rousseau también modificaron la visión política, pues fue a partir del Contrato Social que  se otorga importancia a la democracia y a la necesidad de respetar la voluntad general de los ciudadanos y el bien común.
·         Otros pensadores como Inmanuel Kant, Friederich Hegel, Karl Marx, Voltaire, y Benito Jerónimo Feijoo, influenciaron con sus ideas el pensamiento latinoamericano en los ámbitos filosófico, político y educativo.
Todas estas ideas influenciaron fuertemente a Latinoamérica durante el siglo XVIII; especialmente en Venezuela, por medio de Simón Rodríguez y su discípulo, Simón Bolivar. Freire, Figueroa y Martí, también han fundamentado muchos de sus aportes en los pensadores de la Ilustración (Barrueta, A. 2012); quizás con nociones más vagas o desgastadas, pero sin duda, producto del fundamento que sostiene la estructura de nuestro sistema educativo.
Simón Rodríguez y Simón Bolivar se referían al lema “luces y moral” como una forma de promover el uso de la razón y los valores en la organización de la vida social; adoptaron los ideales de libertad, igualdad y fraternidad y los postulados de Juan Jacobo Rousseau, e impregnaron a toda Latinoamérica de una visión crítica y un sentido de lucha solidaria por la libertad.
Rodríguez estableció una relación entre la razón, el saber y el poder, por lo tanto, el único medio para que los pueblos alcanzaran la libertad debía ser la educación. Hoy, Carlos Rojas Osorio (APSE, sf) establece una similitud entre la idea de “la luz de la razón” de Simón Rodríguez y el concepto de “concientización” del que habla Freire en el siglo XX.
Si bien, ideológicamente las ideas de la ilustración y las propias del siglo pasado o actual no pueden ser homólogas; la comparación de Rojas Osorio recuerda  el esfuerzo continuo y emancipador del dogmatismo religioso y la influencia que continúa ejerciendo la iglesia, las dictaduras, los poderes totalitarios, etc. en la educación latinoamericana. Este esfuerzo es el que caracteriza la historia educativa latinoamericana; una historia de un currículum para el mantenimiento de las estructuras de poder y de las luchas de grupos selectos que proponen el uso de la razón como forma de liberar al pueblo de la ingenuidad y la ignorancia que los hace vulnerables.

Bibliografía
Barrueta, A. (2012) Influencia de la Ilustración en los antecedentes del pensamiento educativo latinoamericano. Educación y Cambio. En: Educar para vivir. Recuperado el 21de junio de 2013 de http://adonishrbg.wordpress.com/2012/05/07/influencia-de-la-ilustracion-en-los-antecedentes-del-pensamiento-educativo-latinoamericano/
Rojas, C. (sf) Luces, virtudes y conciencia. APSE. Recuperado el 21 de junio de 2013 para     www.apse.or.cr/webapse/pedago/enint/osorio03.doc

El positivismo cientificista y su influencia en la educación Latinoamericana

El positivismo del S. XIX alcanzó llega a su cumbre con las ideas de Augusto Comte (1760-1857) quien creía que la justicia y equilibrio de la estructura social se podía alcanzar mediante el desarrollo de conocimientos clarificados con el método científico. En la ideología positivista se concebía el progreso como el dominio de la naturaleza, la capacidad humana como algo ilimitado, y la razón como el único medio para alcanzar bienestar y felicidad.

Comte (citado por Astigueta, s.f., en la Confederación Académica, Nipona, Española y Latinoamericana, p.10), dividió los saberes en seis ciencias: “las matemáticas, la astronomía, la química, la biología, la sociología y la psicología”; la última era parte de la biología. Estas ciencias eran el resultado del desarrollo de las explicaciones que los seres humanos habían dado a lo largo de la historia a su existencia en tres estadios diferentes:
El teológico
El metafísico
El científico
Explicaciones teológicas, deidades y fantasías
Elaboración racional que recurre a entidades conceptuales que se suponen presentes en la naturaleza
Explicaciones empíricas, experimentales y por la constatación de hechos que sirven para construir leyes sobre el funcionamiento de la naturaleza. Método inductivo de investigación: la fuente del conocimiento está en el mundo físico.
Uno de los cambios interesantes en la visión del mundo, fue la posibilidad de analizar al ser humano y su convivencia social de la misma manera que se analizaba a la naturaleza; la sociedad pasó a ser el objeto de estudio pasando de una visión teocéntrica a una antropocéntrica.
Según la Confederación Académica, Nipona, Española y Latinoamericana (Astigueta, s.f.) Herbert Spencer (1820-1903) tuvo una gran influencia en el positivismo latinoamericano. Gracias a él se pasó de las ciencias madres a las especializaciones o ciencias particulares. Los países también debían ser organizados en estructuras más delimitadas; según las leyes de la evolución, era necesario que los países se integraran y se diferenciaran para así garantizar el orden y la libertad; bajo estos supuestos se implantaron diversas tiranías. Por ejemplo, en México, Justo Sierra (1848-1912) impulsó el movimiento de los científicos que sostenían la dictadura de Porfirio Díaz.
Dentro de los representantes positivistas de Latinoamérica se menciona a Gabino Barreda (1818-1881), quien impulsó reformas educativas importantes en México, mientras que  Sarmiento las impulsaba en Argentina, Rafael Nuñez (1823-1894) en Colombia y Pedro Varela (1845-1879) en Uruguay. (Astigueta, s.f.)
En el auge de las ciencias se habló de “darwinismo social”, es decir, la aplicación de los conceptos de la evolución natural de Darwin a las interacciones sociales del ser humano y, en función del progreso, se desarrolló el liberalismo radical en las escuelas, la separación de la educación y las ciencias de la iglesia.
El progreso, la competitividad y la industrialización fueron concebidas como el modelo de una sociedad perfecta; Estados Unidos y Europa se constituyeron en modelos a seguir para pasar de la “barbarie” a la “civilización”. Si bien, al hablar de barbarie se hacía referencia a la herencia indígena; también hubo pensadores como José María Luis Mora (citado por Chamorro, 2004, p.332) que hablaron de una barbarie española de esclavitud y de la necesidad de hacer una revolución de mentalidades y olvidar los orígenes serviles de los mestizos. De hecho, el positivismo fue la plataforma de superación de la anarquía, las guerras y el desorden que habían quedado después de la independencia en una época de oscurantismo y luchas de poder.
 Esta visión cientificista del ser humano—en  la que se tomó a sí mismo como objeto de estudio y se analizó fuera de su contexto— afectó, sin embargo, la visión educativa, gestando la idea de estudiante industrializado, y desnaturalizado y valorado por su capacidad productiva. Chamorro (2004, p.337), lo expresa con las siguientes palabras “existen al interior de la sociedad humana, la noción de alta cultura, media cultura y baja cultura”.  De hecho, la educación positivista discriminó desde sus inicios al indígena, considerando al "blanco" europeo como superior y punto de referencia.
 En otras palabras, nuestra educación latinoamericana siempre ha estado impregnada de una marcada diferenciación de clases, y los sistemas educativos se han desarrollado en función de las luchas de poder y las estructuras sociales que nos separan. Han sido muchos los esfuerzos posteriores, de reestructuración curricular, que se han tenido que hacer para lograr ambientes educativos inclusivos, heterogéneos y tolerantes. Aun hoy, nuestros niños van a las aulas separados en colegios públicos y privados y gozan de mayores privilegios y oportunidades los que más recursos tienen.
 A pesar de las críticas de Chamorro, bien fundamentadas y necesarias para evaluar nuestros procesos educativos con respecto a la reproducción de una educación sesgada por las luchas de poder,  herencia de  la barbarie de los colonos españoles; también se rescata el mérito de todo el esfuerzo de los positivistas por transformar nuestra realidad y generar oportunidades y acceso educativo para todos, en respuesta a un contexto de caos y luchas militares.
Gracias a estos esfuerzos, se abrieron escuelas en gran parte de Latinoamérica, se crearon y desarrollaron las escuelas normales, se contrataron maestros capacitados y, cuando no, se procuró su capacitación. Venezuela, México, Argentina, Colombia, Chile, entre otros, lucharon por desarrollar una educación laica, gratuita, obligatoria y para ambos sexos; libre de controles que privilegiaran el aprendizaje de ciertas clases socioeconómicas en detrimento de las otras.

Bibliografía
Chamorro, G. (2004). Reflexiones sobre el Positivismo en América Latina (México-Argentina S.XIX). Pork.An. Colombia. Universidad de Cauca.  Recuperado el 18 de junio de 2013 de https://mail-attachment.googleusercontent.com/attachment/u/0/?ui=2&ik=de53dca58e&view=att&th=13f64acce32f1515&attid=0.1&disp=inline&realattid=f_hi6siz7q0&safe=1&zw&saduie=AG9B_P97f3umg8SRppPe6RoDKYIr&sadet=1371853797535&sads=KlfZYYLOWeLXsqhsSmWR__6DNss

Astigueta, B. (s.f.) El espiritualismo latinoamericano y su perfil profético frente a la globalización. España: Confederación Académica, Nipona, Española y Latinoamericana. Recuperado de http://www.canela.org.es/cuadernoscanela/canelapdf/cc17astigueta.pdf